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lunes, 30 de enero de 2017

Dos orgasmos

Dos orgasmos me debes. De vez en cuando me acuerdo de ti. No me gusta imaginarte, prefiero verte brillar en la oscuridad, confundir tu pelo con el mío, tus dedos con mis manos, prefiero no sentir mis labios y callar lo que no sé cómo decir.

Te llevaste dos orgasmos robados. Cuando no los merecías, cuando llovía, cuando tú me los debías a mí. Lejanos, intensamente separados, sólo necesitándonos para amansar esas dos fieras salvajes topando una y otra vez sus cornamentas.

Te regalé dos orgasmos por tu cumpleaños. Tú no lo sabías pero lo estabas esperando. Uno por cada día de felicidad. Uno por cada copa de anís derramada en nuestras sábanas. Uno por cada cama. Esperé un año más, pasé las estaciones como la hoja de un árbol, recorrí parques y volé bajo para caer después. No hablé, no pronuncie ninguna palabra mientras navegaba sobre las olas del viento que me acercan y me alejan marginando el tiempo.

Dos orgasmos me debes. Ahora me acuerdo de ti. De los viajes astrales, de los temporales, de los huracanes y las resacas, de los baños relajantes. Te escucho pero no te veo. Puedo oírte si te leo, podría mirarte si cerrase los ojos. Incapaz de esto último me hallo. Tu música me mantiene alerta cual marinero soñando imaginar el canto de una mitológica sirena. Transportada al paraíso de las sensaciones. Esperando a que alguno de tus sueños te retorne a mi sudado catre y desafiemos a la eternidad mientras envejece por el ventanal.


lunes, 23 de enero de 2017

Odio Madrugar

No me gusta madrugar. Bueno en realidad lo que no me gusta es tener que levantarme a una hora concreta con sus minutos concretos por un motivo concreto. Me gusta dormir hasta que yo quiera, hasta que mi yo interior decida que no quiere dormir más, por ahora. Pero es que no me gusta madrugar nunca, para nada. Otra cosa es un viaje, en este caso entran en juego otros factores como el no dormir, que ya se confunde con el deseo no de madrugar en sí, sino de tener algo que hacer tras ese insomnio de nerviosismo del bueno. Nervios del tipo de ‘me voy a subir a un avión espero que no ocurra nada extraño ni sea conducido por un piloto loco’, este tipo de nervios no se asoman por esta cabecita hueca. Son nervios del tipo ‘vamos con el tiempo justo y quiero ver muchas cosas, habrá que dormir poco’. ‘Desayuno... pateada... aflojando... bares... improvisación’. Subidón. 

Detesto madrugar porque, como lo detesto tanto, exprimo el sueño al máximo y nunca me sobra tiempo para desayunar, lo cual es algo que me encanta. Desayunar en buenas condiciones, en una terracita con un albornoz blanco, una mesa con tostadas, mantequilla, galletas, muchos tipos de galletas, frutas, quesos, cruasán de chocolate, zumo de naranja natural pero sin pulpa y café. Y una jarrita con agua. Y sin prisa, con música incluso, con gafas de sol también. Pero esto únicamente cuando no tienes nada que hacer. Cuando no tienes que levantarte a una hora concreta. Cuando no tienes que madrugar.

Odio madrugar, pero las mañanas pueden ser geniales. Por las mañanas algo dulce y el umbral de la felicidad baja a mínimos. Al igual que sube a máximos la fina capa del mal humor. Por decirlo de forma dietética. Por la mañana una buena noticia, o unas cañas, o un paseo sobre las hojas del frío otoñal. Incluso puedo ser cursi por la mañana. Un concierto, un magosto. ¡Una película! Sí, una película mañanera desayunando tostadas con mantequilla y un buen café. Mamma mía. Mantita y sofá. Por la mañana.


jueves, 19 de enero de 2017

Busco un marido

Busco un marido. O una mujer. Me gustan las personas, en general las que hablan y escuchan, sin ausentar a las sordas y mudas con sus particulares modos para oír o decir. Particularmente me incomodan algunas, pocas, muy pocas. Soy una princesa. Todo lo que poseo es negro. Me gusta pintar, coloreo de rojo mis labios para marcar con sangre aquello que beso. Mis manos hacen ruido como la cadena de mi bici, como la puerta de la entrada. Oxido mis tobillos por mi forma de caminar y me gusta llevar vestidos. Mis pechos son dos mandarinas lejos de parecer naranjas. Debes llamarme princesa. Amor para no ser muy repetitivo. A menudo me huelen los pies, su tamaño no es proporcional a mi altura, y las uñas… no hablaré de las uñas. No pierdo el tiempo con lo que no me apetece. A veces no hago nada. Quiero probarlo todo. No me adapto. De vez en cuando me dejo llevar. Ocasionalmente me asocio, me aparto, me interno. Odio planificar el sexo. Podemos hacer la ruta de los bares en lugar de visitar los monumentos históricos más importantes de la ciudad a la que viajamos. Debatir sobre el precio de las camisetas de hace tres temporadas recién salidas del polvoriento armario en el inicio de las rebajas. Bucear hasta las boyas que nos separan de los monstruosos yates para pincharlos con la aguja con la que remendamos nuestras toallas. Sacar del agua tan solo los pies para que venga el socorrista y conversar sobre las medusas. Restregarnos en la arena hasta dejar atascada la bañera y embarrar la alfombra de una habitación de hotel. Entrar en un bar y pagar cervezas con billetes de caviar. No tirar de la cadena y llevarnos los vasos de plástico en nuestros bolsos repletos de servilletas de papel y monederos de cuero. Volar en tren sin pagar, de pie, entonando canciones de otros y leyendo diccionarios de idiomas que no entendemos. Salir a pescar mensajes sin contestar. Depurar el agua de los charcos y beber nieve que acompaña a la lluvia. Durmamos abrazados y peguemos nuestros culos para mear. Desconocer el ayer y planificar lo que no pasará. No quiero hacer esto sola. Busco un marido y una mujer. Llamadme princesa y os llamaré mi rey.


miércoles, 11 de enero de 2017

Paciencia

La paciencia la vendo. La envuelvo en gasas y después la regalo. Porque quiero deshacerme de ella. Porque no me trae nada inesperado y lo que espero, con paciencia, ya no lo quiero. Rogar, padecer, asentir. Ver el tiempo, meter tu vida en un paréntesis durante ese lapso visto a escala, y ampliar esa proporción a su merced. Y volver a amplificarla sin regla ni paridad. Resistir. Y continuar observando para no perder la consciencia al unísono del encuentro con la locura. La paciencia es frívola, femenina, machista. La debilidad acorazada con una diana de seda, atravesada con dardos de marfil para subir al primer puesto, para competir contra la osadía de vivir. ¿Quieres ser mi paciente? Yo no quiero.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Perdida

Me encontraba perdida. Sabía dónde estaba pero no qué hacía. O qué debía hacer, ni por qué debería hacer algo. ¿Era esto la vida? Debía buscarlo. Me adentré en aquel barrio de casas y parcelas, de familias y cuidadores, de bicicletas y rastrillos. Lo busqué en el supermercado y en la iglesia, pero mi padre jamás habría orado. Al siguiente día me acerqué a los dos colegios, pero mi padre no tenía nietos. Un día después pude ver las fiestas de cumpleaños a las que mi padre no había sido invitado. Pedí un licor en el bar mientras escuchaba conversaciones de los hombres más solitarios del distrito. Solitarios como yo, pero no como mi padre, mi padre no hubiera salido solo, mi padre siempre habría paseado acompañado. En las jornadas posteriores pregunté a los perros de tres parques, tampoco habían visto a mi padre, ni un rastro de migas de aceitunas roídas por pájaras nutricionistas con crías. Quizás un gato, pero mi padre jamás habría tenido un perro enlazado a su mano. Pregunté entonces a los gatos de los tejados, pocos me respondieron pero yo necesitaba encontrarlo. Puede que fueran cincuenta o cien gatos, entre tejados y azoteas, entre parques y vedados, ventanas abiertas y balcones con enredaderas. Un poco alejados de la calle principal, se iluminaban varios clubes, tres o cuatro. Bebí unos licores averiguando que tampoco allí se había ubicado. Mi padre jamás habría sorbido licor, jamás lo habría pagado.

Semanas más tarde me impliqué en la búsqueda hogareña. Un vecindario y demasiadas casas. Llamé a la puerta de la primera vivienda. Un señor con bigote negro y pelo blanco se asomó a la puerta. No era mi padre. Mi padre nunca se habría teñido el cabello. Llamé a la puerta de la siguiente casa. No era mi padre. ¿Quién era entonces? No era mi padre y tampoco mi amigo. ¿Entonces quién era? Tampoco era mi amante. Me aproximé a la casa contigua, alguien abrió la puerta, pero no era mi padre. Qué haces aquí y dónde está mi padre. No era un amante, era un bombero que terminó siendo mi amigo. Otra residencia, ésta más grande, más gente, más puertas. Toqué el timbre en cada una de las entradas, múltiples personas, ninguna con la edad de mi padre. Alguna con sombrero, ninguna con boina, mi padre jamás calzaría zuecos. Todos los paraguas eran nuevos. Se agotaban los días, se perdía mi tiempo y mi padre… ¿dónde estaba mi padre? Ya sólo quedaba una casa, la más sombría, ruinosa y desolada. Abrió la puerta un hombre. Un hombre corpulento, moreno, con mis labios, con sus ojos clavados en los míos, con las manos dignas de un abrazo, con la boca preparada para besar, con el llanto refrenado en un corazón durante la lejanía del tiempo vendido. Era mi padre, pero no tenía hijos.


miércoles, 21 de diciembre de 2016

Pasión improvisada

¿Cómo es despertarse a su lado? Cuéntame cómo es por las mañanas. Dime si te besa o si cita sus primeros versos. Dime si puede contener sus ganas de hacer el amor. Dime si te mira o si continúa soñando. Dime si es conmigo con quien sueña. Dime si es a mí a quien susurra cuando tú puedes ser yo, cuando puede imaginarme, cuando puede pintarme con palabras, cuando puede desearme en sus delirios.

Todavía es pronto para olvidar aquella sintonía que me hacía recordar las mañanas que te despertabas a mi lado. Cuando no me quería levantar de aquel paraíso en el que podría hibernar. Un lugar en el que nada se echaba en falta, en el que todo era suficiente, en el que yo era yo y tú eras parte de mí. Me atrapas con tu pelo, me elevas y me enseñas tus garras. Haces que te sienta sobre mi piel, hueles, sigues el rastro, dejas el tuyo mientras me dices un poema. Uno de esos improvisados, susurrados, por momentos titubeante. Un poema sobre mí, sobre el universo, sobre el mundo y yo, sobre nosotros dos. También sobre nosotros dos, es nuestro momento, hazme disfrutar. Dime esos versos, respira, bésame, hagamos el amor. No dudes. Nunca abandones tu locura, no dejes de quererme, no refrenes leerme todo eso que escribes o deseas escribir. Yo lo haré por ti. Cada palabra, cada aglomeración. Disfrútalas porque no sonarán igual. Nunca expresarán igual. Es un instante, una pasión.

Porque no sé firmar cartas. O postales. Podría redactar un mensaje instantáneo que jamás leerás con el tono adecuado. Con la profundidad de las palabras con las que yo lo habría querido escribir. Esas que describen el pensamiento con el que me acuesto. Las que vuelan por mi cabeza cuando sueño. Las que tengo miedo de algún día pronunciar y que desaparezcas. Las que tu locura ignora. Las que publicas en tus poemas.

Me encanta porque estoy desnuda. Porque nada más me preocupa. Porque disfruto al cien por cien de cada roce. Puedo moverme, pensar, callar, sin prisa, sin dormir ni un instante. Que no se escape, déjame quedarme un ratito más. No hace frío, no hay viento, ni llueve, no hay sombras ni tampoco colores. Separados del cronómetro social, de los rayos de sol, de los cánones de presión. Desligados del tiempo, todo nuestro mundo bajo nuestra piel. La vulnerabilidad de la desnudez, nuestro limbo particular. Voces rebeldes, susurros sin filtros pecando por la libertad.

Cómo pudiera apartarte de mi leyenda, aparcarte sin uso, encerrarte cual sandalia en su caja de zapatos hasta el próximo verano. Cómo pudiera yo relegarte en mi olvido que no suma pozos desiertos en la insustancial meseta de caprichos vacuos.

Es este amor improvisado el que me hace temblar. Temblar del lejano frío, temblar en la cercanía de tus manos, temblar durante la incertidumbre, temblar un mar accidentado mientras ahogo la moraleja fabulosa que no encontró lugar en esta canción.

lunes, 5 de diciembre de 2016

Cuestiones

Tan pronto un día desvistió la necesidad de justificación que en general se le exigía en gran parte de los ámbitos en los que se relacionaba, por no decir en todos y cada uno. Tan pronto divisó esta curiosa afición, advirtió que su llegada no se debía al año nuevo, al cambio de estación, ni a los desajustes en los sistemas mundiales de gobierno. Tampoco a la reciente crisis de confianza que en general afectaba y por la cual sin embargo sí debería aplicarse, bajo su cuestionada opinión, este tipo de exigencias explicativas hacia aquellos que hacen y deshacen, dirigen y eliminan, limitan y ordenan la felicidad de muchas y ajenas vidas.

Derrotado y rendido, lo que por su boca asomaba sería cuestionado. A palabras nos referimos. Cuestionado, no entendido, indagado. La credibilidad no era su punto fuerte, problema de los ajenos, mas un agotamiento constante, un aburrimiento absoluto, un posible final, principio de otra cosa, y a quien no le guste que busque en otro sitio. La necesidad de justificación debería siempre seguir de cerca a sus reflexiones, sus seguridades, sus pensamientos e incluso las teorías ajenas que tan solo procurase nombrar. Incluso ésas deberían ser defendidas como si de propias se tratase. Cualquier conversación iniciada de forma amena, un comentario, una opinión, una reflexión, y acto seguido sin siquiera un instante de meditación, toda la prudencia contenida erupcionaría en su contra. Y vuelta a la propia defensa.

Así se repetía un tema tras otro, una persona tras otra. Sin acotar a una determinada edad, sin acotar a una señalada inteligencia, imaginación, sector industrial, ámbito cultural o psicología de la verdad. Ironías que, en ocasiones, se entrecruzan y pocas se discurren. Su mente se hallaba cansada. Agotada y agarrotada.


sábado, 15 de octubre de 2016

Inspiraciones nocturnas

Esta noche no te voy a retener. Esta noche no vamos a cenar, no pondré velas, ni siquiera música. Esta noche te desearé como a otras. No buscaré un rincón virgen contra el que escondernos, no dejaré la ropa en el suelo, no apagaré las luces una vez más. No te pediré nada, no exigiré, no tendré miedo de mi propia voz. Tampoco miedo de tu silencio.


miércoles, 29 de junio de 2016

Un futuro de ficción

No sabía cómo hacerlo pero lo hizo. Parecía imposible pero lo consiguió. Ni en sus propios sueños pudo imaginarlo jamás y por esta razón la realidad era tan bella ahora. Más bella que jamás ninguna realidad lo había sido, más bella que jamás ninguna ficción lo habría conseguido parecer. Un presente que ni el futuro hubiera imaginado. No se trató de victorias y derrotas. No se basó en teorías filosóficas, en cuentos de hadas, en vida inmortal, en el poder de un inexistente ser superior. No se organizó. Fluyó como un virus, como una lluvia torrencial, un huracán que se llevó las fronteras, que voló por los aires la falta de honestidad; un volcán que abrasó la penuria y agarrotó el sufrimiento; una tempestad que sembró sobre la aridez, que repartió pan a la hambruna, que engulló las armas y desgarró a la ambición. Sin saber cómo ni cuándo todo cambió. La remisión del líder, el desamparo de la patria, la dimisión de la jerarquía, el destierro de la raza, el dominio de la vida. Los colores se fusionaban en el cielo con el aleteo de los pájaros; las ideologías se sosegaban bajo el oleaje de los mares. Océanos de vida, el pueblo en contra, ríos de integración y nuestro mundo a favor. Cuando la codicia se dejó vencer por el altruismo, cuando el silencio tomó la ira, cuando la expiración abolió la mezquindad, sólo entonces se cobró la conciencia y se aplaudió la belleza de la humanidad.


Venezia
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martes, 10 de mayo de 2016

Y a ti, ¿te gusta la música?


- ¿Te gusta?

- Si me gusta el qué...

- La música.

- Sí. Sí, me encanta, ¿a ti?

- A mí también.

- ¿No tienes otra cosa?

- Qué pasa, ¿no dices que te gusta?

- Sí pero esto sonaba hace mil años.

- Me encanta la música de los ochenta.

- ¿Sí?

- Sí. Yo tendría que haber vivido esa década.

- Yo estuve en un concierto de los Rolling.

- ¡Qué me dices! ¿En dónde?

- En el estadio. Era muy pequeño, mis padres no tuvieron con quien dejarme.

- ¿Cuántos años tenías?

- Once.

- Mis padres vieron a Joaquín Sabina. Cuando aún tenía voz.

- Sí, cuando se despertaba en su casa con gente desconocida.

- Sí… ahí por los noventa.

- Me encanta Sabina.

jueves, 28 de abril de 2016

Meditando teorías

Esperaba, diminuta, en su cama, correctamente sentada y con la cabeza erguida. Tal y como se le había enseñado. Entonces siente el ligero sonido del cierre de la nevera y a continuación el click del interruptor de la luz. En sentido ascendente, comenzando por las partes más inferiores en cuanto a su posición, su cuerpo se siente inquietante e inquietado de manera que sus caderas toman el control. El impulso es de tal intensidad que nada ni nadie puede frenar a la bella y testadura criatura en un momento en el que el todo se reduce a una sola cosa. Lo que termina por funcionar, unas veces de manera prematura al primer intento, es un seco, sonoro y furioso grito anteponiendo su nombre y recalcándolo con tono fuerte. ‘A la cama’, la inquietud se vuelve un temor, un desamparo, un momento de duda que requiere algún gesto de desorientación. Probablemente necesite tomarse un momento personal pero entiende que debe volver a la cama del mismo modo que antes aguardaba. O quizás acostada. O quizás se quede tan solo de pie, a una prudente distancia, observando atentamente, sin perder nada ni a nadie de vista. Ningún movimiento deberá estar fuera de su campo de visión. Estado de máxima alerta. Las piernas firmemente apoyadas y con suficiente riego de sangre como para salir disparada cual cohete que desea alcanzar un planeta de otra galaxia. El cien por cien de la concentración de Nika está ocupado por tan solo esa simple cosa, abstrayéndose de rayos y truenos, cual Isaac Newton o Einstein meditando teorías de relatividades.


martes, 26 de abril de 2016

Conversando con la muerte

Una de las cosas que le causaba más ansiedad y desamparo era pensar en la muerte. No en la de sí mismo pero sí la de quien la toma y no le toca. Aquella que va en contra del orden de las cosas, del ciclo de la vida, de lo natural. El pensamiento le podía perturbar durante horas, así sin avisar y numerosas veces sin motivo aparente. En realidad sin ningún motivo, dejémonos de apariencias.

La imaginación juega, en este caso muchas veces, en nuestra contra trasladándonos a escenarios creados a partir de recuerdos desagradables, no necesariamente vividos, pero sí percibidos de algún modo. Amaba el cine y el periodismo, causas suficientes para poseer una amplia gama de ambientes y situaciones ajenas, almacenada en algún lugar de su tan trabajador cerebro.

Pero ese día llegó. El día en el que se disiparon sus inquietudes. El día que le permitió estar tranquilo. Ése era el día. Sin medias tintas, sin rodeos, apareció. Allí mismo frente a él, tan sólo esperando la conversación. Decidida a todo.

Dialogaron durante horas, que asimilaban días, dudas tras dudas, cuestiones de la vida y, obviamente, de la muerte que esta vez hablaba por sí misma. El tiempo necesario para comprender lo más misterioso que perturbaba su interior.



lunes, 25 de abril de 2016

Instantes lentos, horas ineludibles

En un tren de camino a Roma un domingo cualquiera del cálido verano que sobrevuela Italia. Repleto de gente y rodeado de un paisaje verde e giallo. Casas aisladas que transmiten calma y tranquilidad. Calma y tranquilidad envidiables. No sabría decir qué edad era la que predominaba en la carroza numero 6 pero lo que sí se podía intuir era la variedad de pensamientos que abundaban entre todas las mentes viajantes. Con bastante probabilidad mi osadía me permitía afirmar que no se daban, simultáneamente, dos reflexiones idénticas. Algunos ni siquiera serían capaces de recordar, tras el largo trayecto, dos terceras partes de sus cavilaciones. Instantes lentos, horas ineludibles.

No podía dejar pasar la extraña sensación que recorría mi cuerpo. ¿Era única? Ningún pasajero parecía admirar aquello que disponía a su alrededor. Por la ventana elementos aparecían y se esfumaban a la velocidad de la locomotora. Menos la excepcional emoción. ¿Podrían ser las emociones, sentimientos, sensaciones, criaturas intangibles que viajan de cuerpo en cuerpo? Quizás buscando un ser capaz de sufrir, padecer, lamentar, enternecer, reír, llorar, emocionar. ¿Y si dichas criaturas no pudiesen darse una oportunidad en otro tipo de organismo? Cada uno de nosotros desconocíamos ser la locomotora de los parásitos emocionales. Se suben al tren sin ni siquiera comprar un billete, sin indagar cuántos peregrinos pernoctan ya.




sábado, 23 de abril de 2016

La vida

Su reloj biológico se paró. La impotencia se apoderaba de todos y cada uno de los presentes, que de sobra conocían la inexistente probabilidad de reversión. Era el momento más insensible de la vida, para uno y para todos. Insensible, inútil, incapaz, indefenso, impotente. Hasta aquí la evolución había dictaminado nuevas normas, valores, patrones cuya sensiblería era a veces castigada por los más cavilosos. El cambiante entorno gobierna. Las sensaciones, la delicadeza, todo se desvanecía en el tiempo. Y así era el final, ni mustio ni amargo, ni próspero ni generoso, un vacío final.


viernes, 22 de abril de 2016

El sendero

Salió a caminar como acostumbraba varias veces por semana. Caminó y caminó y continuó caminando hasta encontrarse con un sendero. ¿Cómo podía ser que nunca, entre sus largos paseos, hubiera llegado a ese lugar? Un punto en la tierra en el que jamás había estado, pues la idea de que el sendero no existiera hasta el momento actual, quedaba descartada ya que se trataba de un sendero natural. De esos que se van formando a medida que la gente recorre el mismo camino para adentrarse en la plena naturaleza que toda agradable ciudad ofrece a sus visitantes.

Recorridos ya unos cuantos cientos de metros la desconocida senda comenzó a esfumarse muy poco a poco. Estaba dispuesta a dar media vuelta, tras alejarse ligeramente de su improvisado itinerario, cuando, sobre una especie de roca semi-dorada cubierta por musgo -pensó ella que asemejaba artificial pues relucía como plástico recién pulido con un algodón empapado en algún abrillantador de éxito- distinguió una especie de alimaña. Era la primera vez. Otra novedad para el día de los descubrimientos. La criatura contaba con ojos grandes, como de una mujer, pestañas negras, largas y redondeadas, propias de habérselas rizado con uno esos artilugios que parecen creados a partir de otros utensilios más "básicos" o que sencillamente ofrecen soluciones para más variedad de situaciones. Su mirada y pestañeo era particulares de una modelo, joven y guapa, un poco triste quizás. No podía decir nada. La pobre criatura, a la que decidió mentalmente apodar con alguna ocurrencia fruto de su recubrimiento escamoso, no podía hablar, imagínense, ¿cómo hablar sin boca? Puede que si poseyese manos, naciese alguna posibilidad de comunicación mediante señas. O incluso algún tipo de extremidades. Si su anatomía contase con algún tipo de apéndice, del cual dominase el control, al menos existiría una remota posibilidad, aunque probablemente mínima, o no, de comunicación entre ambas.



Y entonces...

Y entonces le dije que se fuera, y entonces se fue.

lunes, 18 de abril de 2016

La niña y la flor

Y con una flor en la mano, la pequeña de pelo largo, lacio y dorado como el oro, soplaba sobre los pétalos espontáneamente para comprobar cómo eran capaces de revolotearse sobre el breve viento que podía generar. Sentada y con las piernas arqueadas, de modo que sus pies quedaban prácticamente sobre los muslos de las piernas contrarias, se divertía dejando pasar el tiempo sin parar de observar. Por eso le gustaban tanto los fines de semana. Los sábados por la mañana ya podía respirar ese aire con aroma a verde mezclado con el frescor de las aguas posesas por las cimas de las montañas que rodeaban la diminuta aldea.

El sol resplandecía cercano a la serranía. Sin sus ocasionales vecinas blancas y esponjosas, lucía sin demora mas no compartía su calor como tantas otras veces había hecho. Eso no importaba. Una rebequita de lana sobre su vestido rosa claro era suficiente para permanecer inmóvil durante algo más de 80 minutos, que era el tiempo que solían tardar su padre y su abuelo en ir a la tienda a por un poco de pan para acompañar la comida. Y tardaban, no porque tuvieran que recorrer una larga distancia, sino porque debían tomar una copita antes de regresar y jugar la partida con sus amigos que, vamos a suponer, también irían a recoger el pan. Pero se trataba algo "pactado", pues también era el tiempo necesario para que la comida estuviera lista y la mesa preparada. Así de este modo floreció el momento de encontrar una tarea o un quehacer para beneficio suyo.

Era un complemento perfecto para ella. Sus pétalos blancos como su piel y su cabello rubio resplandeciente como su disco central, podrían llevar a algún fantasioso a confundirlas. Ni siquiera las parlanchinas aves que merodeaban sobre el valle conseguirían distraerla de su cometido. En realidad eran unos camaradas cantarines que paseaban por el cielo del mismo modo que salían los recién jubilados abuelos diariamente a primerísima hora. Pero eran otras edades. Eran otras vivencias -al igual que otra cantidad y variedad de las mismas- y prefería gastar sus horas, en el transcurso de lo que sería su vida, en contemplar, olisquear, escuchar, saborear, sentir.


Levantarse con tranquilidad

Y qué gusto levantarse con tranquilidad por la mañana. Preparar el desayuno, sentarse mientras curioseas las primeras noticias matinales e incluso poder encender la radio o la televisión, todo un lujo. Yo solía levantarme deprisa y corriendo y en aproximadamente diez minutos ya me habría vestido, lavado y peinado (esto último no suele ser necesario a diario) estando preparada para emprender el duro viaje hacia el curro. Por supuesto no habría desayunado ni hubiese tenido tiempo de darle más que dos caricias a la pequeñita.

Ahora todo ha cambiado. He decidido cambiar y soy más feliz. Me levanto antes pero eso sí, sin prisas, en realidad sin tan siquiera mirar el reloj. Un paseo de media hora era todo lo que necesitaba para disfrutar de la peque y para despertar mi mente en el único momento del día que permite a uno sentir una brisa fresca sobre tus brazos desnudos al mismo tiempo que el sol se atreve a salir. Quizás estando en otra época del año no dijese lo mismo. Quizás no, seguro. Creo que ella también está más contenta ahora.

Son pequeñas cosas que un día, sin venir a cuento, cambian casi sin darte cuenta y por las que ganas. Ganar sin jugar. Y no se trata de una ganancia absoluta, siempre se puede ganar más. Sin descuidar.