Esperaba, diminuta, en su cama, correctamente sentada y con la cabeza erguida. Tal y como se le había enseñado. Entonces siente el ligero sonido del cierre de la nevera y a continuación el click del interruptor de la luz. En sentido ascendente, comenzando por las partes más inferiores en cuanto a su posición, su cuerpo se siente inquietante e inquietado de manera que sus caderas toman el control. El impulso es de tal intensidad que nada ni nadie puede frenar a la bella y testadura criatura en un momento en el que el todo se reduce a una sola cosa. Lo que termina por funcionar, unas veces de manera prematura al primer intento, es un seco, sonoro y furioso grito anteponiendo su nombre y recalcándolo con tono fuerte. ‘A la cama’, la inquietud se vuelve un temor, un desamparo, un momento de duda que requiere algún gesto de desorientación. Probablemente necesite tomarse un momento personal pero entiende que debe volver a la cama del mismo modo que antes aguardaba. O quizás acostada. O quizás se quede tan solo de pie, a una prudente distancia, observando atentamente, sin perder nada ni a nadie de vista. Ningún movimiento deberá estar fuera de su campo de visión. Estado de máxima alerta. Las piernas firmemente apoyadas y con suficiente riego de sangre como para salir disparada cual cohete que desea alcanzar un planeta de otra galaxia. El cien por cien de la concentración de Nika está ocupado por tan solo esa simple cosa, abstrayéndose de rayos y truenos, cual Isaac Newton o Einstein meditando teorías de relatividades.