Y qué gusto levantarse con tranquilidad por la mañana. Preparar el desayuno, sentarse mientras curioseas las primeras noticias matinales e incluso poder encender la radio o la televisión, todo un lujo. Yo solía levantarme deprisa y corriendo y en aproximadamente diez minutos ya me habría vestido, lavado y peinado (esto último no suele ser necesario a diario) estando preparada para emprender el duro viaje hacia el curro. Por supuesto no habría desayunado ni hubiese tenido tiempo de darle más que dos caricias a la pequeñita.
Ahora todo ha cambiado. He decidido cambiar y soy más feliz. Me levanto antes pero eso sí, sin prisas, en realidad sin tan siquiera mirar el reloj. Un paseo de media hora era todo lo que necesitaba para disfrutar de la peque y para despertar mi mente en el único momento del día que permite a uno sentir una brisa fresca sobre tus brazos desnudos al mismo tiempo que el sol se atreve a salir. Quizás estando en otra época del año no dijese lo mismo. Quizás no, seguro. Creo que ella también está más contenta ahora.
Son pequeñas cosas que un día, sin venir a cuento, cambian casi sin darte cuenta y por las que ganas. Ganar sin jugar. Y no se trata de una ganancia absoluta, siempre se puede ganar más. Sin descuidar.