No sabía cómo hacerlo pero lo hizo. Parecía imposible pero lo consiguió. Ni en sus propios sueños pudo imaginarlo jamás y por esta razón la realidad era tan bella ahora. Más bella que jamás ninguna realidad lo había sido, más bella que jamás ninguna ficción lo habría conseguido parecer. Un presente que ni el futuro hubiera imaginado. No se trató de victorias y derrotas. No se basó en teorías filosóficas, en cuentos de hadas, en vida inmortal, en el poder de un inexistente ser superior. No se organizó. Fluyó como un virus, como una lluvia torrencial, un huracán que se llevó las fronteras, que voló por los aires la falta de honestidad; un volcán que abrasó la penuria y agarrotó el sufrimiento; una tempestad que sembró sobre la aridez, que repartió pan a la hambruna, que engulló las armas y desgarró a la ambición. Sin saber cómo ni cuándo todo cambió. La remisión del líder, el desamparo de la patria, la dimisión de la jerarquía, el destierro de la raza, el dominio de la vida. Los colores se fusionaban en el cielo con el aleteo de los pájaros; las ideologías se sosegaban bajo el oleaje de los mares. Océanos de vida, el pueblo en contra, ríos de integración y nuestro mundo a favor. Cuando la codicia se dejó vencer por el altruismo, cuando el silencio tomó la ira, cuando la expiración abolió la mezquindad, sólo entonces se cobró la conciencia y se aplaudió la belleza de la humanidad.