lunes, 30 de enero de 2017

Dos orgasmos

Dos orgasmos me debes. De vez en cuando me acuerdo de ti. No me gusta imaginarte, prefiero verte brillar en la oscuridad, confundir tu pelo con el mío, tus dedos con mis manos, prefiero no sentir mis labios y callar lo que no sé cómo decir.

Te llevaste dos orgasmos robados. Cuando no los merecías, cuando llovía, cuando tú me los debías a mí. Lejanos, intensamente separados, sólo necesitándonos para amansar esas dos fieras salvajes topando una y otra vez sus cornamentas.

Te regalé dos orgasmos por tu cumpleaños. Tú no lo sabías pero lo estabas esperando. Uno por cada día de felicidad. Uno por cada copa de anís derramada en nuestras sábanas. Uno por cada cama. Esperé un año más, pasé las estaciones como la hoja de un árbol, recorrí parques y volé bajo para caer después. No hablé, no pronuncie ninguna palabra mientras navegaba sobre las olas del viento que me acercan y me alejan marginando el tiempo.

Dos orgasmos me debes. Ahora me acuerdo de ti. De los viajes astrales, de los temporales, de los huracanes y las resacas, de los baños relajantes. Te escucho pero no te veo. Puedo oírte si te leo, podría mirarte si cerrase los ojos. Incapaz de esto último me hallo. Tu música me mantiene alerta cual marinero soñando imaginar el canto de una mitológica sirena. Transportada al paraíso de las sensaciones. Esperando a que alguno de tus sueños te retorne a mi sudado catre y desafiemos a la eternidad mientras envejece por el ventanal.


lunes, 23 de enero de 2017

Odio Madrugar

No me gusta madrugar. Bueno en realidad lo que no me gusta es tener que levantarme a una hora concreta con sus minutos concretos por un motivo concreto. Me gusta dormir hasta que yo quiera, hasta que mi yo interior decida que no quiere dormir más, por ahora. Pero es que no me gusta madrugar nunca, para nada. Otra cosa es un viaje, en este caso entran en juego otros factores como el no dormir, que ya se confunde con el deseo no de madrugar en sí, sino de tener algo que hacer tras ese insomnio de nerviosismo del bueno. Nervios del tipo de ‘me voy a subir a un avión espero que no ocurra nada extraño ni sea conducido por un piloto loco’, este tipo de nervios no se asoman por esta cabecita hueca. Son nervios del tipo ‘vamos con el tiempo justo y quiero ver muchas cosas, habrá que dormir poco’. ‘Desayuno... pateada... aflojando... bares... improvisación’. Subidón. 

Detesto madrugar porque, como lo detesto tanto, exprimo el sueño al máximo y nunca me sobra tiempo para desayunar, lo cual es algo que me encanta. Desayunar en buenas condiciones, en una terracita con un albornoz blanco, una mesa con tostadas, mantequilla, galletas, muchos tipos de galletas, frutas, quesos, cruasán de chocolate, zumo de naranja natural pero sin pulpa y café. Y una jarrita con agua. Y sin prisa, con música incluso, con gafas de sol también. Pero esto únicamente cuando no tienes nada que hacer. Cuando no tienes que levantarte a una hora concreta. Cuando no tienes que madrugar.

Odio madrugar, pero las mañanas pueden ser geniales. Por las mañanas algo dulce y el umbral de la felicidad baja a mínimos. Al igual que sube a máximos la fina capa del mal humor. Por decirlo de forma dietética. Por la mañana una buena noticia, o unas cañas, o un paseo sobre las hojas del frío otoñal. Incluso puedo ser cursi por la mañana. Un concierto, un magosto. ¡Una película! Sí, una película mañanera desayunando tostadas con mantequilla y un buen café. Mamma mía. Mantita y sofá. Por la mañana.


jueves, 19 de enero de 2017

Busco un marido

Busco un marido. O una mujer. Me gustan las personas, en general las que hablan y escuchan, sin ausentar a las sordas y mudas con sus particulares modos para oír o decir. Particularmente me incomodan algunas, pocas, muy pocas. Soy una princesa. Todo lo que poseo es negro. Me gusta pintar, coloreo de rojo mis labios para marcar con sangre aquello que beso. Mis manos hacen ruido como la cadena de mi bici, como la puerta de la entrada. Oxido mis tobillos por mi forma de caminar y me gusta llevar vestidos. Mis pechos son dos mandarinas lejos de parecer naranjas. Debes llamarme princesa. Amor para no ser muy repetitivo. A menudo me huelen los pies, su tamaño no es proporcional a mi altura, y las uñas… no hablaré de las uñas. No pierdo el tiempo con lo que no me apetece. A veces no hago nada. Quiero probarlo todo. No me adapto. De vez en cuando me dejo llevar. Ocasionalmente me asocio, me aparto, me interno. Odio planificar el sexo. Podemos hacer la ruta de los bares en lugar de visitar los monumentos históricos más importantes de la ciudad a la que viajamos. Debatir sobre el precio de las camisetas de hace tres temporadas recién salidas del polvoriento armario en el inicio de las rebajas. Bucear hasta las boyas que nos separan de los monstruosos yates para pincharlos con la aguja con la que remendamos nuestras toallas. Sacar del agua tan solo los pies para que venga el socorrista y conversar sobre las medusas. Restregarnos en la arena hasta dejar atascada la bañera y embarrar la alfombra de una habitación de hotel. Entrar en un bar y pagar cervezas con billetes de caviar. No tirar de la cadena y llevarnos los vasos de plástico en nuestros bolsos repletos de servilletas de papel y monederos de cuero. Volar en tren sin pagar, de pie, entonando canciones de otros y leyendo diccionarios de idiomas que no entendemos. Salir a pescar mensajes sin contestar. Depurar el agua de los charcos y beber nieve que acompaña a la lluvia. Durmamos abrazados y peguemos nuestros culos para mear. Desconocer el ayer y planificar lo que no pasará. No quiero hacer esto sola. Busco un marido y una mujer. Llamadme princesa y os llamaré mi rey.


miércoles, 11 de enero de 2017

Paciencia

La paciencia la vendo. La envuelvo en gasas y después la regalo. Porque quiero deshacerme de ella. Porque no me trae nada inesperado y lo que espero, con paciencia, ya no lo quiero. Rogar, padecer, asentir. Ver el tiempo, meter tu vida en un paréntesis durante ese lapso visto a escala, y ampliar esa proporción a su merced. Y volver a amplificarla sin regla ni paridad. Resistir. Y continuar observando para no perder la consciencia al unísono del encuentro con la locura. La paciencia es frívola, femenina, machista. La debilidad acorazada con una diana de seda, atravesada con dardos de marfil para subir al primer puesto, para competir contra la osadía de vivir. ¿Quieres ser mi paciente? Yo no quiero.