Salió a caminar como acostumbraba varias veces por semana. Caminó y caminó y continuó caminando hasta encontrarse con un sendero. ¿Cómo podía ser que nunca, entre sus largos paseos, hubiera llegado a ese lugar? Un punto en la tierra en el que jamás había estado, pues la idea de que el sendero no existiera hasta el momento actual, quedaba descartada ya que se trataba de un sendero natural. De esos que se van formando a medida que la gente recorre el mismo camino para adentrarse en la plena naturaleza que toda agradable ciudad ofrece a sus visitantes.
Recorridos ya unos cuantos cientos de metros la desconocida senda comenzó a esfumarse muy poco a poco. Estaba dispuesta a dar media vuelta, tras alejarse ligeramente de su improvisado itinerario, cuando, sobre una especie de roca semi-dorada cubierta por musgo -pensó ella que asemejaba artificial pues relucía como plástico recién pulido con un algodón empapado en algún abrillantador de éxito- distinguió una especie de alimaña. Era la primera vez. Otra novedad para el día de los descubrimientos. La criatura contaba con ojos grandes, como de una mujer, pestañas negras, largas y redondeadas, propias de habérselas rizado con uno esos artilugios que parecen creados a partir de otros utensilios más "básicos" o que sencillamente ofrecen soluciones para más variedad de situaciones. Su mirada y pestañeo era particulares de una modelo, joven y guapa, un poco triste quizás. No podía decir nada. La pobre criatura, a la que decidió mentalmente apodar con alguna ocurrencia fruto de su recubrimiento escamoso, no podía hablar, imagínense, ¿cómo hablar sin boca? Puede que si poseyese manos, naciese alguna posibilidad de comunicación mediante señas. O incluso algún tipo de extremidades. Si su anatomía contase con algún tipo de apéndice, del cual dominase el control, al menos existiría una remota posibilidad, aunque probablemente mínima, o no, de comunicación entre ambas.