miércoles, 28 de diciembre de 2016

Perdida

Me encontraba perdida. Sabía dónde estaba pero no qué hacía. O qué debía hacer, ni por qué debería hacer algo. ¿Era esto la vida? Debía buscarlo. Me adentré en aquel barrio de casas y parcelas, de familias y cuidadores, de bicicletas y rastrillos. Lo busqué en el supermercado y en la iglesia, pero mi padre jamás habría orado. Al siguiente día me acerqué a los dos colegios, pero mi padre no tenía nietos. Un día después pude ver las fiestas de cumpleaños a las que mi padre no había sido invitado. Pedí un licor en el bar mientras escuchaba conversaciones de los hombres más solitarios del distrito. Solitarios como yo, pero no como mi padre, mi padre no hubiera salido solo, mi padre siempre habría paseado acompañado. En las jornadas posteriores pregunté a los perros de tres parques, tampoco habían visto a mi padre, ni un rastro de migas de aceitunas roídas por pájaras nutricionistas con crías. Quizás un gato, pero mi padre jamás habría tenido un perro enlazado a su mano. Pregunté entonces a los gatos de los tejados, pocos me respondieron pero yo necesitaba encontrarlo. Puede que fueran cincuenta o cien gatos, entre tejados y azoteas, entre parques y vedados, ventanas abiertas y balcones con enredaderas. Un poco alejados de la calle principal, se iluminaban varios clubes, tres o cuatro. Bebí unos licores averiguando que tampoco allí se había ubicado. Mi padre jamás habría sorbido licor, jamás lo habría pagado.

Semanas más tarde me impliqué en la búsqueda hogareña. Un vecindario y demasiadas casas. Llamé a la puerta de la primera vivienda. Un señor con bigote negro y pelo blanco se asomó a la puerta. No era mi padre. Mi padre nunca se habría teñido el cabello. Llamé a la puerta de la siguiente casa. No era mi padre. ¿Quién era entonces? No era mi padre y tampoco mi amigo. ¿Entonces quién era? Tampoco era mi amante. Me aproximé a la casa contigua, alguien abrió la puerta, pero no era mi padre. Qué haces aquí y dónde está mi padre. No era un amante, era un bombero que terminó siendo mi amigo. Otra residencia, ésta más grande, más gente, más puertas. Toqué el timbre en cada una de las entradas, múltiples personas, ninguna con la edad de mi padre. Alguna con sombrero, ninguna con boina, mi padre jamás calzaría zuecos. Todos los paraguas eran nuevos. Se agotaban los días, se perdía mi tiempo y mi padre… ¿dónde estaba mi padre? Ya sólo quedaba una casa, la más sombría, ruinosa y desolada. Abrió la puerta un hombre. Un hombre corpulento, moreno, con mis labios, con sus ojos clavados en los míos, con las manos dignas de un abrazo, con la boca preparada para besar, con el llanto refrenado en un corazón durante la lejanía del tiempo vendido. Era mi padre, pero no tenía hijos.


miércoles, 21 de diciembre de 2016

Pasión improvisada

¿Cómo es despertarse a su lado? Cuéntame cómo es por las mañanas. Dime si te besa o si cita sus primeros versos. Dime si puede contener sus ganas de hacer el amor. Dime si te mira o si continúa soñando. Dime si es conmigo con quien sueña. Dime si es a mí a quien susurra cuando tú puedes ser yo, cuando puede imaginarme, cuando puede pintarme con palabras, cuando puede desearme en sus delirios.

Todavía es pronto para olvidar aquella sintonía que me hacía recordar las mañanas que te despertabas a mi lado. Cuando no me quería levantar de aquel paraíso en el que podría hibernar. Un lugar en el que nada se echaba en falta, en el que todo era suficiente, en el que yo era yo y tú eras parte de mí. Me atrapas con tu pelo, me elevas y me enseñas tus garras. Haces que te sienta sobre mi piel, hueles, sigues el rastro, dejas el tuyo mientras me dices un poema. Uno de esos improvisados, susurrados, por momentos titubeante. Un poema sobre mí, sobre el universo, sobre el mundo y yo, sobre nosotros dos. También sobre nosotros dos, es nuestro momento, hazme disfrutar. Dime esos versos, respira, bésame, hagamos el amor. No dudes. Nunca abandones tu locura, no dejes de quererme, no refrenes leerme todo eso que escribes o deseas escribir. Yo lo haré por ti. Cada palabra, cada aglomeración. Disfrútalas porque no sonarán igual. Nunca expresarán igual. Es un instante, una pasión.

Porque no sé firmar cartas. O postales. Podría redactar un mensaje instantáneo que jamás leerás con el tono adecuado. Con la profundidad de las palabras con las que yo lo habría querido escribir. Esas que describen el pensamiento con el que me acuesto. Las que vuelan por mi cabeza cuando sueño. Las que tengo miedo de algún día pronunciar y que desaparezcas. Las que tu locura ignora. Las que publicas en tus poemas.

Me encanta porque estoy desnuda. Porque nada más me preocupa. Porque disfruto al cien por cien de cada roce. Puedo moverme, pensar, callar, sin prisa, sin dormir ni un instante. Que no se escape, déjame quedarme un ratito más. No hace frío, no hay viento, ni llueve, no hay sombras ni tampoco colores. Separados del cronómetro social, de los rayos de sol, de los cánones de presión. Desligados del tiempo, todo nuestro mundo bajo nuestra piel. La vulnerabilidad de la desnudez, nuestro limbo particular. Voces rebeldes, susurros sin filtros pecando por la libertad.

Cómo pudiera apartarte de mi leyenda, aparcarte sin uso, encerrarte cual sandalia en su caja de zapatos hasta el próximo verano. Cómo pudiera yo relegarte en mi olvido que no suma pozos desiertos en la insustancial meseta de caprichos vacuos.

Es este amor improvisado el que me hace temblar. Temblar del lejano frío, temblar en la cercanía de tus manos, temblar durante la incertidumbre, temblar un mar accidentado mientras ahogo la moraleja fabulosa que no encontró lugar en esta canción.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Canción de voluntad

No me pidas que te haga el desayuno. No me pidas que aparezca cuando no estoy. No me pidas que firme lo que yo no he escrito. No me pidas soñar. No te esperaré cual perra obediente, ni te escucharé cuando me ignoras. No me pidas sinceridad.

No me pidas que cierre los ojos cuando te beso. No reclames mentiras piadosas que endulcen tus sueños. No me quedaré cuando no estás. No procures tormentas con arcoiris, no te daré un duro cuando solo tengo pesetas, no me pidas música que no sabes escuchar.

No me pidas colorear del otoño. No esperes protagonismo en esta película de terror. No me pidas que te ahogue en el mar, no lleves espigas a mí tumba, no me pidas que cocine perdices. No renunciaré a mi libertad.

No me pidas que te mire mientras me besas, que me muera contigo, que escriba el final. No me pidas que fuerce mi destino. No traigas bombones al cadáver de mi vida, no anheles mariposas en el cerebro, no existen flechas que visionar. No reclames la tela de mis bragas. No me pidas regresar.

No me pidas que escriba cada día. No ruegues silencio cuando llueve. No me muestres remiendos que hilvanar. No me pidas comprar tabaco, no me susurres bajo las piernas, no me pidas torear. No cultivaré tu idioma. No me pidas que nos matemos juntos, no me pidas arte para bordar.

No me pidas vistas de ventana, no implores terrores diurnos, no te daré ni un poco de cal. No mendigues tierra con excrementos, no supliques asilo bajo mi piel, cigarros de sensualidad. No endulzaré mis palabras, no me pidas batallas que no puedes ganar.


lunes, 5 de diciembre de 2016

Cuestiones

Tan pronto un día desvistió la necesidad de justificación que en general se le exigía en gran parte de los ámbitos en los que se relacionaba, por no decir en todos y cada uno. Tan pronto divisó esta curiosa afición, advirtió que su llegada no se debía al año nuevo, al cambio de estación, ni a los desajustes en los sistemas mundiales de gobierno. Tampoco a la reciente crisis de confianza que en general afectaba y por la cual sin embargo sí debería aplicarse, bajo su cuestionada opinión, este tipo de exigencias explicativas hacia aquellos que hacen y deshacen, dirigen y eliminan, limitan y ordenan la felicidad de muchas y ajenas vidas.

Derrotado y rendido, lo que por su boca asomaba sería cuestionado. A palabras nos referimos. Cuestionado, no entendido, indagado. La credibilidad no era su punto fuerte, problema de los ajenos, mas un agotamiento constante, un aburrimiento absoluto, un posible final, principio de otra cosa, y a quien no le guste que busque en otro sitio. La necesidad de justificación debería siempre seguir de cerca a sus reflexiones, sus seguridades, sus pensamientos e incluso las teorías ajenas que tan solo procurase nombrar. Incluso ésas deberían ser defendidas como si de propias se tratase. Cualquier conversación iniciada de forma amena, un comentario, una opinión, una reflexión, y acto seguido sin siquiera un instante de meditación, toda la prudencia contenida erupcionaría en su contra. Y vuelta a la propia defensa.

Así se repetía un tema tras otro, una persona tras otra. Sin acotar a una determinada edad, sin acotar a una señalada inteligencia, imaginación, sector industrial, ámbito cultural o psicología de la verdad. Ironías que, en ocasiones, se entrecruzan y pocas se discurren. Su mente se hallaba cansada. Agotada y agarrotada.