Miro a mi alrededor y los veo a todos. Como si mi situación fuese privilegiada. Y ahí estaba ella, después de todo. Después de tanto tiempo, después de tantas confidencias, después de creer que era para siempre. Con su novio, eso sí, pero no sentía celos. Sentía felicidad de vernos todos de nuevo, incluidos nosotros dos. Era extraño, en un primer momento me había fijado en la naturalidad de las cosas, aunque tan solo hubiese durado un instante. Quizás unos minutos, quizá menos. Entonces pensé que yo mismo podría estar acompañado por alguien, también. Aunque no lo estaba. Entonces surgió el pesimismo. He perdido. Soy el derrotado. Vamos que tontería, ni que fuese esto un juego o una batalla.
Teniendo una lamparita que dona todo cuanto pides pero por sí sola no te ofrece nada, el aburrimiento asoma. La complejidad de algunos de los cerebros que poseemos va en busca instintiva de estímulos, llamémosles así, vilmente torturados con el objetivo de conseguir la más bella de las sensaciones. El egocéntrico sentido de la tristeza, el dolor, la euforia, ira, envidia, la añoranza, la rabia o la mejor de todas. La desesperación.
Pues no. No todos nuestros cerebros o neuronas o conexiones o lo que quiera que rige nuestra vida, o permite que nuestra vida se rija, o más vale que sigamos que nos liamos en esto. No todos lo son. Los hay simples y sencillos. Durante toda la vida. No todo el mundo pensaría la gran cantidad de cosas que se pasan por mi cabeza en una milésima de instante. Durante este momento. Además de estar preocupándome por dicha misma cuestión. Puedo construir un puente hacia el pasado y cambiar nuestros roles, tan solo con la imaginación. Y ya lo había hecho. Era gracioso, divertido, irónico. No estaba mal, era una posibilidad como la presente y actual real, aunque diferente. En la mente era maravillosa, la gran auto-ayuda de la satisfacción era sin duda la imaginación. Visión mental.
Podía eliminar una parte del pasado, aquella que duró más de siete años, la que vivimos separados, la que nos hizo descubrir nuevos lugares, nuevas personas, perspectivas invisibles que jamás habrían asomado mientras nuestras mentes compartiesen esos vínculos tan costosos de romper, apartar o simplemente ignorar. Podía hacerlo, y ella también pero no lo haría. Su respeto interior era superior. Algunas veces mentiría, engañaría, iría en contra de sí misma, pero el respeto estaba ahí cuando no se le requería. Bloqueos interiores, muros de piedra levantados por nuestros egos, inquebrantables por nadie, indeseosos de nada e insensibles sobre nuestras propias emociones.
Todo seguiría igual, aquí estaríamos con nuestras vidas de siempre, sin incentivos, sin demasiado aprendizaje, sin expectativas, sin muchos horizontes que vislumbrar. Me gustaba mi posición, aquello que ahora me permitía estar aquí era parte de ellos, y también de ella. Gran parte era de los dos, aunque jamás reconociese mantener algo inocuo, inofensivo, insonoro, inocente, a medias.
Tan solo un poco de inquietud, una pizca de melancolía, un corto sueño de nuestro planeado futuro que existió alguna vez, y existirá quizá alguna más, en nuestra imaginación, a escondidas de todos y de nadie. A escondidas de ti y de mí, porque el pasado fue mejor que el desconocido futuro, aquel que todavía nos provoca miedo, inquietud y esa soledad que te acobarda impidiéndote vivir. Como lo hago yo.
Reencuentro I ...
Reencuentro I ...